Juan Caamaño | 14 de abril de 2021
La Iglesia de Filipinas celebra por todo lo alto la llegada del catolicismo al país de la mano de los españoles. «Lo que celebraremos en 2021 no es el colonialismo, sino la fe cristiana que los nativos de estas islas acogieron como un don».
La Iglesia católica de Filipinas celebra en este año 2021 el quinto centenario de la llegada del cristianismo al archipiélago, hecho ocurrido en el mes de marzo de 1521, coincidiendo con la arribada a las islas de la expedición española al mando de Magallanes, cuyo destino final eran las Molucas. Con tal motivo, la Santa Sede ha concedido a los filipinos un Año Jubilar, que se extenderá hasta abril del año 2022.
Aquel primer encuentro acabaría años más tarde haciendo posible el asentamiento y la presencia española en aquellas tierras durante algo más de tres siglos, motivo más que suficiente para que hoy los españoles participemos con el pueblo y la Iglesia filipina en las celebraciones que se están llevando a cabo, además de agradecerles el espíritu que los ha guiado, teniendo en cuenta las interpretaciones negativas que algunas instituciones han hecho sobre el significado y las consecuencias de aquel encuentro.
Los prelados filipinos han tenido la sabiduría de interiorizar el acontecimiento desde una visión evangélica y, además, la virtud de saber transmitirla fielmente a sus fieles. En el año 2019, monseñor Pablo V. Siongco, vicepresidente de la Conferencia Episcopal, decía: «…lo que celebraremos en 2021 no es el colonialismo, sino la fe cristiana que los nativos de estas islas acogieron como un don». Un pensamiento que está maravillosamente expresado en el logotipo oficial del quinto centenario escogido por la Conferencia, cuyo tema central, Gifted to give (Dotados para dar), recoge las palabras del Evangelio de Mateo (10,8): «Gratis lo recibisteis; dadlo gratis». Ellos recibieron un don, y ahora quieren propagarlo por todo el mundo.
Varios elementos con gran significado histórico y teológico componen el logo: la Cruz, símbolo de la salvación y mástil del navío que trajo la fe al archipiélago; el pez en color rojo, representación de Cristo; la paloma en azul el Espíritu Santo, que guió las naves hacia las islas; el sol Cristo resucitado, esperanza de la salvación, y las cuentas del rosario por la devoción que los filipinos le tienen a María. Todo ello sustentado por la mano de Dios Padre, cuya Sabiduría ha posibilitado que todo ocurriera según su voluntad. Los colores no son fruto del capricho; representan la bandera de Filipinas y la diversidad de sus gentes y culturas, porque «la fe cristiana nunca fue una amenaza para nuestra cultura, sino una riqueza, y reconocemos el impulso de los primeros misioneros cristianos que fundaron instituciones que mejoraron la vida de los filipinos».
El acto principal de las celebraciones será el 14 de abril: la Conmemoración del Primer Bautismo y renovación de las promesas bautismales en la Basílica del Santo Niño. Tendrá lugar donde hoy se levanta la Cruz de Magallanes, en la ciudad de Cebú, por ser «la cuna del cristianismo y el punto de partida de la fe en Filipinas».
El hecho histórico, ocurrido el domingo 14 de abril de 1521 en el poblado de Zubu, está recogido en la figura central del logo, tomada del cuadro Primer bautismo en Filipinas del artista filipino Fernando Amorsolo. Presidía la ceremonia Magallanes y celebraba el clérigo de la expedición, Pedro Valderrama. En la plaza del poblado, presidida por una gran cruz, se bautizó el rey Humabón y quinientos de sus súbditos, seguido de una solemne misa, y por la tarde tuvo lugar el bautismo de la reina, junto con cerca de ochocientas personas entre hombres, mujeres y niños. Prometió la reina destruir los ídolos que adoraban, que serían sustituidos por la imagen de un Niño Jesús que a ella mucho le gustaba, motivo que llevó a Magallanes a regalársela.
Había sido un domingo de alabanzas, que pronto dio paso a días amargos. El 27 de abril moría Magallanes, junto con siete tripulantes, durante los combates que mantuvieron contra los isleños de la isla de Mactán, y el 1 de mayo el rey Humabón traicionó a los expedicionarios con el resultado de 26 tripulantes muertos, entre ellos el clérigo Valderrama. Era el momento de abandonar la isla. Atrás dejaban la gran Cruz y la imagen del Santo Niño, sin ser conscientes de la importancia que aquel Niño tendría en el posterior proceso de cristianización.
Cuarenta y cuatro años –desde 1521 hasta 1565– debieron pasar para que unas naves españolas fondeasen una vez más en la isla de Cebú, en el mismo lugar donde antes lo había hecho la expedición de Magallanes. Un tiempo en el que se realizaron cinco expediciones marítimas organizadas por la Corona española, que no consiguieron completar sus objetivos; tiempo de epopeyas y gran mortandad entre los expedicionarios, cuyo sacrificio hizo posible que finalmente los españoles acabaran «asentando sus reales» en Filipinas.
El 28 de abril de 1565, cuatro barcos al mando del guipuzcoano Miguel López de Legazpi se encontraban frente al poblado de Zebu. Entre los expedicionarios, cinco religiosos agustinos, uno de ellos Andrés de Urdaneta, poseedor de una gran experiencia náutica y cuya misión principal era, además de la religiosa, llevar a cabo el tornaviaje una vez alcanzasen las Filipinas.
A pesar de que Legazpi buscaba relaciones pacíficas con los aborígenes, la inicial hostilidad lo obligó a tomar el poblado, que fue incendiado por los propios nativos. Durante la posterior inspección, el marinero Juan de Camuz encontró en una humilde choza una imagen del Niño Jesús que, según el relato de algunos aborígenes, era la entregada por Magallanes a la reina Juana, y que ellos habían conservado y reverenciado como el Dios del Agua, por regalarles la lluvia en épocas de sequía. Estos acontecimientos dieron lugar por parte de Legazpi a dos acciones importantes: la fundación de la Villa de San Miguel (actual Cebú), primera población española en Filipinas, y la construcción de una pequeña iglesia donde se entronizó la imagen del Niño, que desde entonces fue venerado como el Santo Niño de Cebú, uno de los pilares de su identidad nacional. Comenzaban, de este modo, a cumplirse las órdenes de Felipe II a Legazpi: el asentamiento y la evangelización de Filipinas.
Una de las características principales de la presencia española en Filipinas -que la diferencia de la llevada a cabo en el continente americano- fue la importancia que tuvieron las órdenes religiosas en la vida y la organización del archipiélago, consecuencia de las múltiples funciones que asumieron los misioneros, dada la escasez de funcionarios y la enorme extensión del archipiélago. Cinco fueron las órdenes principales, que se distribuyeron por distintas áreas geográficas, étnicas y lingüísticas: agustinos (año de llegada 1565), franciscanos (1578), jesuitas (1581), dominicos (1587) y agustinos recoletos (1606). En 1631 llegarían los Hermanos de San Juan de Dios y, más tarde, otras congregaciones menores, junto al clero secular. En total, más de 10.000 religiosos en los 333 años que duró la administración española, correspondiendo el mayor número a los agustinos, más de 3.000, de los cuales unos 2.000 salieron del Real Colegio de PP. Agustinos de Valladolid, a quienes en el lenguaje coloquial se les conocía por «los filipinos». Hoy el colegio guarda el Museo Oriental, que contiene la mejor colección de arte oriental existente en España.
La distribución de las órdenes religiosas por un territorio tan extenso, y el estrecho contacto que mantenían con los indígenas, llevó a que los misioneros se ocuparan de muchas tareas más allá de la religiosa. Ya fuera en el litoral, en las selvas o montañas, ellos dirigían la construcción de poblados, edificios y caminos, se ocupaban de labores asistenciales, enseñaron nuevos métodos de cultivo, ofrecían el acceso a la propiedad y, llegado el caso, eran los principales defensores de los aborígenes frente a posibles abusos de los encomenderos.
Destacada fue su actuación en el campo educativo. Crearon escuelas básicas en los pueblos, enseñándoles a leer y escribir, comenzando muy pronto la fundación de escuelas secundarias, seminarios y universidades, entre ellas la primera de Asia, la Universidad de Santo Tomás de Manila, fundada por los dominicos en 1611. De esta manera, contribuyeron a que el nivel educativo de los filipinos fuera elevado en comparación con su entorno asiático más inmediato. Es significativa la decisión que los misioneros tomaron de realizar la evangelización en las lenguas vernáculas, con el consiguiente esfuerzo personal que les suponía, así como la labor de imprenta que llevaron a cabo, manifestada, por ejemplo, en el primer libro impreso del archipiélago: la «Doctrina Cristina», catecismo en español-tagalo y español-chino, obra de los dominicos en 1593. Esta decisión tuvo diversas consecuencias: hizo más fácil la propagación del Evangelio y ayudó a la conservación de aquellas lenguas, aunque, al mismo tiempo, dificultó la extensión del castellano como lengua de contacto, dándole a los misioneros un mayor protagonismo en las relaciones de los indígenas con la Administración, al desconocer los funcionarios las múltiples lenguas vernáculas.
Un reconocido padre filipino redentorista, Amado Picardal, resume brevemente el significado y las consecuencias de la evangelización:
«El cristianismo y la Iglesia son una parte integral de la historia y la cultura de Filipinas… El archipiélago con muchas islas se convirtió gradualmente en una nación unida por una fe común a lo largo de tres siglos de dominio colonial y evangelización misionera… Sin la llegada de Magallanes y los misioneros españoles a nuestras costas no habría habido Filipinas. Probablemente, habríamos seguido siendo islas separadas y barangays aislados o parte de un sultanato expandido de Sulu o de Indonesia».
Tres siglos de evangelización española tienen como resultado que hoy Filipinas sea el mayor país católico de Asia -y tercero del mundo-, formando parte de su fe la riqueza de una religiosidad popular cuyo origen está en las enseñanzas de los misioneros, que ya en los primeros años del siglo XVII se manifestaba en la fundación de cofradías y el nacimiento de una imaginería religiosa en la que se mezclaban rasgos europeos y autóctonos. En este marco de la religiosidad popular, resulta significativo que el Año Jubilar que los filipinos celebran coincida con el Año Santo Jacobeo que celebramos en España. Significativo, porque nuestro patrón Santiago Apóstol es muy venerado en las 49 parroquias que a él están dedicadas en Filipinas, cuya fiesta, el 25 de julio, la celebran sacando en procesión la imagen del «Santiago Matamoros», entre el alborozo de las gentes, mientras la banda de música interpreta el Himno Nacional español.
Agradecidos hemos de estar los españoles a nuestros hermanos filipinos, máxime cuando uno de ellos, monseñor Bernardito Cleopas Auza, se encuentra entre nosotros como nuncio de Su Santidad en España. Agradecimiento por mantener y enriquecer en estos 500 años la fe que les llevamos, por su generosidad al ofrecerse ahora ellos como misioneros en el mundo, y también por el espíritu con el que están celebrando aquel encuentro.
La celebración del V Centenario de la primera vuelta al mundo no abre viejas heridas, ya cerradas por la historia. Prima el deseo de recuperar un origen común y de mirar juntos hacia el futuro.